Disney World es la mejor cárcel jamás diseñada. El único problema es que no es una cárcel

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Una versión de este artículo fue publicada en octubre de 2017.

Para los millennials, los parques de atracciones siempre han estado ahí. Los conocemos desde pequeños y por eso no nos sorprende demasiado su realidad, sus extrañas dinámicas y sus atmósferas más próximas a las de mundos de ciencia ficción que a las ciudades (mágicas, eso sí) que pretenden simular.

Pero es probable que nada de esto resultase normal para los que visitaron Disney World, el parque más importante del mundo, poco tiempo después de que se erigiese en Florida allá por 1971. Los doctores en criminología y justicia social Shearing y Stenning estudiaron durante años el centro y recogieron con mucho acierto esa cuidadosa organización que el emporio del Ratón había fabricado ad hoc para enriquecerse pero, también, para inocular una filosofía de vida 100% Disney a todos sus concurrentes que, esperaban, les convirtiese en fieles seguidores de la marca para su vida futura fuera del paraíso.

El ensayo del que hablamos, "Desde el Panóptico de Disney World: el desarrollo de la disciplina", y publicado en 1983, ha tenido después bastante repercusión en otros estudios sobre el desarrollo del control y el orden en núcleos sociales, sirviendo como ejemplo sobre cómo los mecanismos de control pueden incorporarse sutilmente en el propio diseño y funcionamiento de un lugar, con una efectividad que llega al punto de que son los propios visitantes los que terminen colaborando en su propia manipulación para hacer lo que el parque espera de ellos.

Ahora todas estas ideas están plenamente inoculadas en nuestra realidad como ciudadanos y, sobre todo, consumidores, como viandantes de plazas céntricas o visitantes de un centro comercial, pero estas ideas fueron en su momento chocantes. Esta es una pequeña recolección de algunas de las ideas que trasmite el texto.

Circuito aparentemente abierto, pero completamente cerrado

Como sabemos, el parque te hace aparcar tu vehículo a las afueras antes de tomar alguno de los transportes oficiales del recinto para adentrarte en su mapa. Altavoces te dictan amablemente a recordar dónde has dejado el coche, que tendrá un indicativo que alude a uno de los personajes de la marca, como por ejemplo, en Pato Donald número 15.

Al llegar al punto de conexión agentes sonrientes te hacen esperar no más de dos minutos antes de acceder a tu nuevo transporte. Si hay algún retraso, sólo entonces los trabajadores dirán algo al respecto. La presencia de estas figuras ayuda también a seguir escoltando a los visitantes para que no se desvíen del recorrido que ellos han previsto, aunque, técnicamente, tú has pagado por tu entrada y podrías moverte como quisieras.

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El pretexto es el de ayudarte a conseguir la mejor experiencia, pero eso a ellos les ayuda en su elección de por dónde y cuándo vas a caminar.

El parque no te obliga a elegir ciertos caminos, pero setos, fuentes, macetas y todo tipo de decoración bloquean visualmente ciertos puntos de interés para que hagas el paseo tal y como ellos quieren y las masas de visitantes se repartan de forma más uniforme. También para evitar una mayor concentración en las atracciones, el plato fuerte y un bien escaso, obligándote a pasar más tiempo circulando.

Las colas al estilo "matadero", como las que solemos ver también en otros espacios de este tipo, son psicológicamente idóneas. La forma sinuosa de almacenar a los usuarios hace que de vez en cuando puedan asomarse a la atracción, y así, ante estímulos que sirven de promesa de diversión, son capaces de esperar más tiempo que anunciándoles directamente cuánto tiempo van a tener que perder para un entretenimiento de unos minutos.

Empleados que se divierten, vigilantes que no te coaccionan

Por lo general serás siempre guiado por trabajadores generales y dispuestos como azafatos, pero Disney World también tiene, por supuesto, agentes de seguridad. Los hay que van de paisano, pero también otros vestidos con lustrosos trajes de gala y sombreros y guantes blancos que dan al tiempo una sensación de seguridad pero le restan la impresión amenazante que tenemos de este tipo de vigilantes. Difícilmente llega a haber nunca un conflicto que haga que estos guardas tengan que abandonar su tono amable y conciliador.

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En cualquier caso, en Disney todos los empleados sonríen por norma. Incluso los que no son actores, los técnicos, limpiadores o supervisores que, en una primera capa de lectura, entendemos que no tendrían por qué estar fingiendo una cordialidad, también parecen alegres. El efecto psicológico de la sonrisa omnipresente es la de que todos se lo están pasando bien, por lo que tú, que estás descansando, no tendrías ningún motivo para no estar alegre o dejarte imbuir por el estrés.

Por altavoces individuales (que potencian la complicidad en mayor grado que un megáfono) y en puntos estratégicos, como trenes o colas de comida, se le recuerda a los adultos que intenten mantenerse dentro del circuito y que controlen en todo momento a sus hijos. Comentarios que ayudan a potenciar una sensación de seguridad pero que, en el fondo, sólo sirven para que las funciones de vigilancia recaigan en los padres. Así los adultos actúan en beneficio del propio mantenimiento del parque creyendo que están sólo protegiendo a sus hijos, y las escenas de agentes ejerciendo coerción se reducen a un mínimo.

Cuando te castigas a ti mismo: el poder de la mentalidad disciplinaria

Finalmente y para ilustrar el nivel de coacción y control del parque, Shearing cuenta una anécdota que vivió cuando llevaba a su hija. El zapato de la niña le estaba produciendo ampollas en un pie, así que decidieron descalzarla. No habían andado ni diez metros cuando uno de los agentes (que parecía más bien un figurante de algún desfile que un segurata) se acercó para decirles que, por su propia seguridad, la niña debía volver a calzarse.

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"Protegerla", les dijeron, "se ha convertido ahora en un asunto de Disney Productions", y mientras estuviesen en propiedad de Disney tendrían que cumplir con sus normativas de vestimenta o serían escoltados a la salida de Disney World. El castigo de retirarles el derecho a seguir allí, perder el acceso a la diversión del parque, fue suficiente para que la niña decidiera por sí sola ponerse de nuevo el zapato y soportar una dolencia física durante el resto del día. Una muestra viva de cómo ejerce Disney el poder sobre sus clientes y cómo estos mismos pueden cooperar pacíficamente en la coerción física que la compañía puede producirles.

En referencia a todo esto y como recordaba David Garland en su libro Castigo y sociedad moderna, "tal vez la vigilancia privada y las compañías de seguridad (que responden más a los intereses de los empresarios que a los de la comunidad o del Estado) pueden hacer un uso amoral y administrativo del castigo, aplicándolo sólo cuando parece útil y económicamente viable".

El New Happy Order: 1971 - actualidad

Como hemos visto hasta aquí, Disney World es el triunfo de la arquitectura panóptica y manipuladora y de la creación de una autoridad gratificante, que no punitiva. Como anunciaban los autores al final de su artículo, no estamos ante un agente sancionador, orwelliano. Esto no es 1984, sino un escenario huxleyano: Disney te recompensa con soma, pero ha erigido un sistema tan inquietantemente represor como el de Un Mundo Feliz. ¿No es mil veces mejor el guante de terciopelo que el puño de hierro?

Con una diferencia, por supuesto. Nadie te obliga a estar en el mundo de Disney. Es más, hay que pagarlo, pero hasta eso es retorcido: entrar en un territorio tan sumamente controlador, en el que se llega a reprimir ciertas libertades civiles, es visto después por los demás como todo un símbolo de estatus. A fin de cuentas, no todos nos "podemos permitir el capricho" de ir al Reino Mágico.

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Por todos estos detalles el texto acabó, lógicamente, convirtiéndose en todo un referente en el campo de la corrección criminal, y muchos estudiosos de la psicología del comportamiento y de los espacios de control lo tuvieron como un referente a citar en estos contextos.

Le sirvió al venezolano Andrés Antillano para explicar el éxito de las cárceles de su país, en las cuales el poder se ejerce entre ciertos grupos de forma informal, dándole autoridad a los mejores presos para que ellos mismos regulen las conductas de los demás internos. También a Khalil Elías Esteban para explicar cómo podrían mejorarse las estrategias de control por la vía simbólica en las plazas argentinas, con formas menos agresivas pero no menos efectivas que guardias armados. O al criminólogo Ronald V. Clarke, que ya en 1997 estaba fascinado con la capacidad de transigencia reflejada en el texto de Shearing y Stenning.

Aunque como ya dijo, ningún ciudadano sería capaz de suprimir tan fácilmente su autonomía una vez conscientes de que ese estadio fuese permanente. Lo que pasa en Disney World, se queda en Disney World.

Imagen: Dylan/Unsplash

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