El caso Pastrana es el mejor argumento contra la supresión del anonimato en Internet

El caso Pastrana es el mejor argumento contra la supresión del anonimato en Internet
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Si frecuentabas los foros políticos de Twitter era harto improbable que no te hubieras cruzado con alguno de sus tuits o hilos: @JosPastr, más conocido como "Pastrana", se había convertido en un fenómeno viral gracias a su actitud beligerante y a su carácter confrontativo desde el espectro conservador. Azote del independentismo, célebre némesis de Gabriel Rufián, etcétera.

Lo cierto es que Pastrana era un fenómeno alimentado por el propio Twitter: sus comentarios, muy polémicos en ocasiones, resonaban en el espectro derechista porque plantaban cara a la supuesta hegemonía izquierdista en las redes, y hablaba claro frente al proceso independentista catalán. Ya fuera por la furibunda oposición que despertaba o por el inmenso apoyo que recababa (80.000 seguidores), Pastrana era alguien en Twitter.

Y como toda tuitstar, su identidad era una incógnita. El propio Rufián había advertido sobre lo mucho que Pastrana tendría que callar si se desvelaba. Se había especulado con su membresía al Partido Popular o a Ciudadanos, se le había perfilado como un activista digital a sueldo de determinados intereses, se había supuesto que su figura tenía cierta proyección en la esfera pública (más allá de Twitter).

Dadas las circustancias y el extenso reguero de pista que el afamado tuitero había dejado a lo largo de los años, era cuestión de tiempo que alguien le cuadrara con un ejercicio de doxxing. Una investigación concienzuda en los bajos fondos de Internet para... desvelar su identidad. Real.

Resulta que Pastrana es en realidad un señor de Teruel que, gracias del destino, es alcalde de la pequeña localidad de Villar del Cobo, en la remota serranía de Albarracín. O no, porque él ha negado las acusaciones. Pero al margen de lo exitoso del fiskeo, lo que el escándalo Pastrana revela es, en realidad, un argumento perfecto para proteger el anonimato en la red. Para asegurar el derecho a la libertad de expresión de forma anónima y universal.

Hoy es Pastrana, mañana puedes ser tú

No son pocos los tuiteros que han caído en la ironía: si Pastrana es realmente quien es, un alcalde popular de un remoto pueblo aragonés, habría sido víctima de las propias preferencias de su partido. Hace poco, el PP lanzó un globo sonda de la mano de su portavoz parlamentario, Rafael Hernando, en el que sugería que prohibir el anonimato en redes sería una buena idea para combatir la desinformación y las fake news.

La idea fue recogida en su momento con gran inquietud en las redes sociales, nutridas por un amplio número de usuarios que se expresan libremente desde el anonimato. Para el PP, era una idea necesaria: eran precisamente los trolls anónimos los que contribuían a difundir rumores o noticias falsas que minaban el ideal democrático de información veraz. En pleno ataque de histeria en torno a las fake news y tras dos años a vueltas con el término "post-verdad", el PP aprovechaba el rebufo.

En realidad, y como contaron nuestros compañeros de Xataka, hay pocas cosas menos democráticas que prohibir el anonimato en la red. La emisión de opiniones anónimas está protegida constitucionalmente en tanto que asegura el derecho a la libre expresión, fundamental. Por otro lado, es improbable que Twitter se prestara a colaborar cuando gran parte del valor para sus usuarios es, precisamente, el anonimato. Eso no impidió que el debate se colara en los medios.

Hernando
El misterioso R. Hernando. (Víctor J Blanco/GTRES)

Hay buenos argumentos para proteger el anonimato de Pastrana y otros (más allá del cariz, digamos, turbulento del personaje). El fundamental es ahorrar persecuciones o consecuencias por emitir unas ideas políticas. Si en una democracia perfecta nadie sufre la ira de su jefe en el trabajo por tener una opinión diferente, en una imperfecta sucede a diario. Para muchos tuiteros, el anonimato es la mejor forma de filtrar ideas en el debate público sin ser castigados por ejercer su legítimo derecho.

La protección de los individuos más allá de sus ideas es capital para informadores, fuentes o opinadores que, de muchos modos, se ven amenazados a diarios por emitir una opinión. Otros tuiteros de diferente cuerda que llevan años instalados en el anonimato, como Barbijaputa (cuya reticencia a desvelar su identidad ha sido motivo de recientes y enconados debates) lo saben muy bien: revelar sus datos personales no sólo depararía consecuencias profesionales, sino, quizá, físicas.

El anonimato es un derecho constitucional y fundamental para todo aquel que quiera participar en el debate público. Es la decisión unilateral y personal de un individuo, y como tal no debe ser agredida (pese a que los ejemplos de figuras anónimas sometidas a una fortísima presión para salir a la luz, como Elena Ferrante, son numerosos). Por más que el caso Pastrana pueda parecer risible, tiene una vuelta de tuerca siniestra: mañana te podría tocar a ti. Y sería plato de mal gusto.

Rajoy
El no menos misterioso M. Rajoy. (Víctor J Blanco/GTRES)

Si el ejemplo de Pastrana se confirmara, habría algún matiz a añadir. Al ser una figura pública, la conveniencia de su anonimato sería relativa. ¿Qué sucedería si, de repente, descubriéramos que el Ministro de Interior está detrás de una célebre cuenta tuitera repleta de polémicas y acusaciones públicas? Sin embargo, Pastrana sólo sería el alcalde de un diminuto pueblo turolense (sin sueldo). Aunque político, sí podría sufrir consecuencias futuras por sus ideas.

En última instancia, además, a Pastrana no se le ha publicado su identidad por ser alcalde. Se ha desvelado y, después, se ha justificado en torno al "interés público" de un político con "sueldo". La marejada, el Trending Topic y la disección de detalles personales (residencia, nombre, ocupación) a escala nacional ejemplifican qué podría suceder si revelar el anonimato tuviera cobertura legal. Una hipótesis inquietante.

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