No existe "la paradoja de la igualdad de género": es que aún no hemos logrado comprender las diferencias entre hombres y mujeres

No existe "la paradoja de la igualdad de género": es que aún no hemos logrado comprender las diferencias entre hombres y mujeres
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Uno de los datos más curiosos y contraintuitivos de la lucha por la igualdad de género es que, conforme esta crece, las preferencias entre hombres y mujeres se hacen más diferentes. Como explicaba Gemma Goldie, un ejemplo muy visual es que, "en los países con menos igualdad, como Arabia Saudí, las mujeres son alrededor del 45% de los graduados en informática. En cambio, en países como Suecia son menos del 15%".

La evidencia disponible es testaruda y ahora un nuevo estudio vuelve a confirmar que esta relación se da en casi 80 países. A esto se le se le ha venido llamando "paradoja de la igualdad de género" porque entraba en conflicto con las ideas que subyacían bajo las políticas de igualdad.

No obstante, hay un número limitado de veces en las que podemos sorprendernos de los fenómenos sociales. Hace años que sostener que esto es una paradoja es lo mismo que reconocer que las teorías sociales que manejamos están desactualizadas. Quizás sea hora de asumir esta realidad y pensar alternativas.

Fenómenos y paradojas

Un fenómeno real Este trabajo viene a sumar evidencia sobre algo que conocemos desde hace tiempo: la brecha entre las preferencias personales de hombres y mujeres (las relacionadas con la gestión del tiempo, el riesgo y las interacciones sociales) crece, se amplía y se profundiza en sociedades con altas cotas de igualdad de género y desarrollo económico. Es decir, que apostar por la igualdad, nos hace más diferentes.

En los últimos años, esto se ha venido conociendo como la "paradoja de la igualdad de género" porque no era lo que nos esperábamos. Los teóricos que defendían el desarrollo de políticas de igualdad pensaban que, si éramos capaces de ir hacia sociedades más libres e iguales, las diferencias de género se desdibujarían. Lo que ocurre es justo lo contrario.

La igualdad nos hace diferentes. El trabajo de Armin Falk y Johannes Hermle comparando la brecha en preferencias, el desarrollo económico y la igualdad de género confirma la existencia del fenómeno. Para ello, usaron una encuesta con más de 80.000 participantes en 76 países con la que evaluaron las preferencias en base a diferentes factores (como la voluntad de asumir riesgos, la paciencia, el altruismo o la reciprocidad positiva); por otro lado, cruzaron esos datos con el PIB y los niveles de desigualdad de género de sus países de origen.

¿Por qué ocurre esto? Pero Falk y Hermle no se conformaron solo con confirmar que la igualdad nos hace más diferentes. Según sus conclusiones, la "igualdad de género" y "la riqueza" son importantes en la medida en que permiten la capacidad de autoexpresión femenina y empoderan a las mujeres para resistir la influencia social.

Esto es importante: el fenómeno no se da (o no se da plenamente) en las clases ricas de Arabia Saudí o en las clases pobres de Reino Unido. Es decir, Falk y Hermle sostienen que de nada sirven la riqueza o la igualdad, si no permiten a las mujeres escoger en autónomamente (la "igual libertad" del liberalismo clásico) y tener recursos para mantener esa autonomía. Esas son las condiciones necesarias para que las mujeres puedan apostar por sus preferencias personales.

¿Estamos realmente ante una paradoja? Llegado a este punto cabe preguntarnos si realmente estamos ante una paradoja. El fenómeno es claro y frente a él, en principio, hay dos posturas: o asumimos que las políticas estaban bien diseñadas y, por tanto, reconocemos que la pretensión de homogeneidad de preferencias entre hombres y mujeres era un objetivo erróneo; o defendemos que la homogeneidad de preferencias sigue siendo un objetivo socialmente deseable y, por tanto, asumimos que las políticas de igualdad no funcionan.

Ambas posturas tienen como punto central dos teorías sobre el desarrollo de preferencias contrapuestas. La segunda se mantiene en una visión constructivista y la primera, no. El problema para decidirnos por una de ellas es que, pese a los avances de los últimos años, carecemos de una teoría sólida sobre cómo se desarrollan estas preferencias en contextos sociales, culturales y económicos distintos. Esa es la pieza que nos falta.

Imagen: Søren Astrup Jørgensen/Unsplash

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