¿El porno como escuela de la violación? Lo que Ted Bundy explicaba antes de ser ejecutado

¿El porno como escuela de la violación? Lo que Ted Bundy explicaba antes de ser ejecutado
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Treinta años después de su ejecución en Florida, Ted Bundy vuelve a ser objeto de atención pública. El estreno de Extremely Wicked, Shockingly Evil and Vile, protagonizada por Zac Efron, y Conversations with a Killer: The Ted Bundy Tapes, un documental de Netflix, han vuelto a manifestar el turbulento interés que Bundy, sádico violador y asesino de más de treinta mujeres a lo largo de varias décadas, despierta en Estados Unidos.

¿Por qué? Su caso no es demasiado particular: sabemos que los asesinos en serie causan una gigantesca fascinación en las sociedades modernas. Ya sea por lo críptico de sus motivaciones o, por como explica la escritora Soraya Roberts aquí, por su capacidad para trasladarnos a escenarios de macabra violencia en entornos controlados y seguros, figuras como Zodiac, John Wayne Gacy o Charles Starkweather siguen impactando.

Siguen siendo objeto de una conversación que no parece tener fin.

El regreso de Bundy a la esfera mediática ha permitido recuperar algunas de sus entrevistas en los días previos a su ejecución. En todas ellas, Bundy contribuiría a proyectar su descontrolado narcisismo, moldeando la figura de intelectual de clase media blanca, de singular atractivo físico, que le convertiría en un objeto de interés y fetichización mediática en primer lugar. Fueron su canto de cisne, ¿pero cuánto tenían de cierto?

Aquellos testimonios han sido analizados y sobreanalizados. Para algunos, sirvieron como puerta de entrada a la compleja psicología interna de los asesinos en serie, una suerte de herramienta directa de investigación similar a la retratada por David Fincher en Mindhunter. Para otros, las últimas palabras de Ted Bundy sólo sirvieron a un propósito: su rehabilitación pública, el gran ejercicio de egolatría de un psicópata.

Sea como fuere, lo cierto es que un fragmento en concreto de sus declaraciones siempre ha estado revestido de gran polémica: la pornografía. Bundy explicó en una de sus entrevistas que uno de los principales motivos que le llevaron a violar y asesinar brutalmente a una treintena de mujeres fueron las revistas eróticas a la venta en kioscos y librerías. Que la semilla del impulso violento y sexual se encontraba en aquellas portadas subidas de tono.

Dos fragmentos:

Como otro tipo de adicciones, siempre buscaría material más potente, más explícito, más gráfico. Como en cualquier otra adicción, siempre buscas algo que es aún más y más duro, algo que te de un mayor sentido de excitación. Hasta que llegas a un punto en el que la pornografía no es suficiente.

Y añadiría.

He pasado en prisión cierto tiempo. He conocido a numerosos hombres que se sintieron motivados a ejercer la violencia, como yo. Sin excepción, todos y cada uno de ellos estaban profundamente relacionados con la pornografía. Sin duda alguna, sin excepción, profundamente influenciados y consumidos por su adicción a la pornografía.

Bundy le entregaría estas palabras a su interlocutor, James Dobson, un psicólogo de profundas convicciones religiosas y embarcado en una guerra a gran escala contra la pornografía. Desde su publicación, poco antes de su ejecución, la entrevista serviría a numerosos activistas evangélicos para pregonar los males de la perversión pornográfica y sus devastadoras consecuencias morales en las sociedades occidentales.

Sin embargo, ¿cuánto hay de cierto en la confesión de Bundy? La psicología criminal lleva años tratando de acotar la influencia de elementos como la pornografía en el desarrollo de una conducta sexual violenta. Como se explica aquí, no hay que desestimar lo explicado por Bundy: otros asesinos en serie, como Harvey Glatman, también se inspiraron en las revistas eróticas de carácter detectivesco publicadas en los setenta en Estados Unidos.

Lo que la ciencia dice sobre porno y violencia

El recorrido de la pornografía en los asesinos en serie es largo. En Asesinos en serie y sus víctimas, el criminólogo Eric Hickey explica que las imágenes explícitas no explican por sí mismas las conductas violentas. Al fin y al cabo, millones de personas en el mundo consumen pornografía, y sólo un porcentaje marginal de ellas (de ellos, en concreto) manifiestan conductas violentas.

Sin embargo, la insistencia de numerosos asesinos y violadores en serie en la pornografía como un factor crucial es frecuente. "La adicción a la pornografía afecta a cada individuo de forma distinta", explicaría más tarde Hickey en otro trabajo, "circunstancias complejas, curiosidad, soledad o incluso una baja autoestima pueden combinarse para afectar a una persona de forma única". La pornografía funcionaría como desencadenante, no como factor exclusivo.

¿Pero qué dice la ciencia al respecto? Como vimos aquí, la investigación científica no ha hallado correlación alguna entre el consumo de pornografía y el aumento de la violencia en las sociedades modernas. Numerosos estudios han evidenciado que la pornografía no sirve como predictor de la violencia sexual: consumir más y más porno no provoca que las personas desarrollen conductas violentas. En ocasiones desactivan el apetito sexual.

La relación entre el consumo de porno y las relaciones sexuales es muy compleja. Otros estudios han ilustrado cómo la "universalización" del porno ha estado relacionado con una reducción de las agresiones sexuales (tendencia encajonada en la "pacificación de las costumbres"). Los efectos que la pornografía pueda tener en las relaciones emocionales siempre son individuales, y es difícil encontrar tendencias globales que apunten a un causa-efecto claro.

Harvey Glatman
Harvey Glatman.

Frente a lecturas globales sobre los efectos de la pornografía (dudosos, cuando no inexistentes), lo que tanto Bundy como otros asesinos en serie han manifestado es una cosificación y deshumanización de sus víctimas en contextos sexuales.

¿Familiar? Si las palabras de Ted Bundy sobre la pornografía han regresado a la actualidad mediática no se debe tanto al impulso de la agenda evangélica, sino a las teorías feministas sobre el rol de la pornografía en la educación sexual de los hombres. El feminismo no se aproxima a la sexualidad explícita desde un punto de vista puritano, pero sí identifica en sus roles y en sus mitologías ingredientes de aquello bautizado como "cultura de la violación".

Durante los últimos años ha sido habitual encontrar ambos conceptos de la mano, especialmente cuando, en casos como los de La Manada, una agresión sexual se ha insertado en la conversación nacional. "La cultura de la violación de la pornografía machista y de la prostitución, núcleo duro del machismo, nos dice que las mujeres estamos disponibles sexualmente para los hombres, es más, que esa es nuestra obligación", escribía Amparo Díaz en El País el pasado abril.

"La cultura de la violación bebe hoy de la pornografía ­machista, fácil y masivamente disponible en internet. Una ­pornografía que lo que está haciendo es erotizar la violencia sexual. Erotizar el dolor de las mujeres", publicaban Cristina Sen y Celeste López en un largo reportaje sobre las relaciones entre pornografía y violencia en La Vanguardia. "Esa pornografía se ha convertido en el elemento más influyente de la educación sexual en edades muy tempranas", explicaba el psicólogo Marc Ruiz en su interior.

Pese a que el feminismo es un movimiento poliédrico con numerosas opiniones divergentes, ofrece cierto consenso en el rol que la pornografía juega en la sociedad: para muchos hombres es la primera aproximación al sexo, mucho antes de la educación sexual escolar o de las conversaciones con los familiares cercanos. Y en esa aproximación la representación de la mujer tiende a ser sumisa, un mero objeto de la acción.

Desde ese punto de vista, la pornografía no serviría como impulso natural a las tendencias psicópatas, a la violencia sexual o al abuso. Pero sí formaría un lecho cultural (la "cultura de la violación") que normalizaría conductas sexuales machistas y que impulsaría una visión del sexo donde la satisfacción del hombre sería el elemento prioritario.

De ahí que durante los últimos años hayan surgido numerosas proyectos pornográficos feministas: desde productoras cooperativas hasta directoras o actrices, como Amarna Miller, que buscan rodar porno desde una perspectiva distinta. No normativa. En la que las relaciones sexuales entre los hombres y las mujeres se retraten desde una posición de igualdad y no desde una mera visión de dominación o subordinación.

Es ahí, en ese estrecho filo, donde las palabras de Bundy coinciden con una parte del relato feminista. Sin embargo, la correlación entre un mayor índice de violencia sexual y un mayor consumo de pornografía no existe en ninguno de los dos casos, al menos no a escala global y en forma de una tendencia asentada. Los problemas de las palabras de Bundy, sin embargo, son variados. Aunque a día de hoy sigan resultando fascinantes para gran parte del público.

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